Ojito...

Ojito...

No dejen de mirar esas caritas de los niños, ahora ya adultos, por Dios...

domingo, 30 de octubre de 2011

Pánico en el aeropuerto…
















    Una de las veces en que D. vino a presentar mis libros a la ciudad, además de varias entrevistas en los medios, una página casi entera en el diario local con la foto de ambos y el pelotudo del periodista cuasi “monaguillo” que no dejaba de mirarme las tetas como hipnotizado, (ahora devenido en K), ocurrió de todo.

   En sí, la presentación estuvo genial, al tope de gente y amigos, mi vieja, aún viva, Víctor en pantalla gigante leyendo mis textos y saludándome, dúo lírico de ópera y un coro de niños imperdible. Amén de las desopilantes palabras de D. en diálogo también con los presentes. Más la profe de literatura del secundario y el conocido casado, disputándose las entradas del sponsor al telo…

 Luego vino el lunch, las felicitaciones, venta de ejemplares, charlas varias y una cena preciosa de a tres.
 
   Ya a la madrugada, nos fuimos a dormir, para tomar el plane temprano al otro día. Les habíamos avisado a amigos que nos llamaran dos horas antes del vuelo, porque no tengo despertador. Y así lo hicieron, gracias a todos los santos, porque uno siempre anda tarde en esos menesteres de la vida.

 Al llegar al aeropuerto, nos sentamos unos minutos para despedirnos y hablar. Cuando, dos señoras muy paquetas se acercaron y lo saludaron a D.:

-         Aysss, usted es el escritor…

-         Sí ¿Quién sos?

-         Azucena. Un gusto conocerlo, tanto tiempo leyéndolo

-         ¿Sí?, mirá vos…

-         Sí, nunca me voy a olvidar del libro: “Yo también fui un espermatozoide”

-         Ahh, ¿Vos también? respondió él con toda su ironía, ante las carcajadas de los presentes…

Minutos después, otra mujer le dice:


-         Encantada de verlo por acá ¿A qué se debe tal honor?

-         Vine a presentar el libro de Ana…

-         ¿Vos también sos escritora?

-         Así es, dije yo, esperando aterrada lo que iba a decir D.

-         Qué bueno que haya venido…,  siguió la señora mirándolo embobada

-         ¿Y vos a qué te dedicas?, le preguntó él

-         Soy abogada…

-         Tenías toda la cara de ser abogada

-         ¿Sí, por…?

-         Porque los abogados tienen esas caras raras, que uno no sabe si lo están salvando o hundiendo… Como los psicólogos, te ponen una cara divina para disimular toda la mierda que el paciente les va diciendo…

 Juasss, yo no sabía dónde meterme, mientras la señora se reía por no llorar…

   Entonces llamaron a embarcar, nos despedimos, y lo dejé ir hacia donde detectan los metales y revisan los bártulos, mientras lo observaba extasiada. Pero más atónita quedé, cuando al poner su bolso sobre el mostrador, se le cayeron los pantalones enteritos hasta las rodillas, y él, ni si quiera se dio cuenta. Juro que en ese momento creí que me desmayaba, aunque no podía, así que tomé envión como para la maratón de los 1000 metros, a la vez que la miraba a la cana señalándolo con el dedo, y ella me guiñaba un ojo avalando que pasara al otro lado de la alarma, para recogerle los lompas.
 Les aseguro que esa escena era como para pasarla en cámara lenta en la entrega de los Oscar, con la música de fondo de: “Corre, Forrest, corre…”
  En fin, cuando llegué agotada, al igual que si hubiese volado por los aires a la velocidad del sonido, se dio vuelta, y me dijo:

-         Ah, gracias…, así, como si nada hubiese ocurrido, ja

   Aysss, fue tremendo, había quedado de cama por los nervios y por semejante corrida, además de intentar taparlo todo el tiempo con mi cuerpo, porque estaba en calzones ante la inmensidad de los pasajeros, quienes obviamente, lo miraban sin entender nada. Ergo, le enganché los tiradores, que se había olvidado de prender, y dije:

-         No podías haber rematado tu ida de otra manera, entre risas cómplices…

   Y colorín colorado, el señor D., pudo partir y arribar a destino, sin ninguna otra clase más de turbulencia, que yo haya divisado….

Pero qué mañanita me banqué, por Dios…, Ana C.



viernes, 28 de octubre de 2011

Escapadas nocturnas...

















       Si de chiquita, en la primaria, solía saltar por encima de los bancos, en la adolescencia, volaba por los techos. Ahhh, eso sí que era vida…



    Resultó ser, que mi vieja, no me dejaba salir de noche, nunca jamás, así que me las ingeniaba para escaparme por los techos de casa y residencias aledañas. 
 Tenía un itinerario predeterminado: Salía por la ventana de mi pieza, (en el primer piso), agarrándome bien de las molduras y dando pasos precisos sobre la cornisa, para luego subir por la terraza al techo superior de mi habitación, saltar al del vecino, donde había puesto una goma perpendicular, para pisarla y acceder a él, y después, llegar a una tercera casa vecina, con paredes conformadas por escaloncitos de colores, y así lograr la calle y ser libre al fin.

  (Antes, lo había hecho por otra ventana mucho más pequeña, en la cual, con el tiempo, dejé de entrar, por razones más que obvias, ja)

   Era fascinante ejercer semejantes movimientos sobre el tablero de la vida: porque me la estaba jugando cada noche, ante el riesgo de que alguien me viera, por la altura (nada moral) y seguramente, si me llegase a encontrar mi madre, no iba a contar el cuento…

   Imaginen que iba vestida para el baile, toda  pipí cucú, así que en más de una oportunidad, los tajos de mis polleras, se profundizaron ampliamente hasta casi rozar mis zonas más recónditas. También jodía la suciedad reinante de las azoteas, que llevaba de recuerdo en cada salida trasnochada, y encima, como era de noche, iba al tanteo a la buena de Dios.

   La joda era al regresar, porque las bajadas siempre han costado mucho menos que subir trepando paredes y techos ajenos, además, algunas veces, ocurría a plena luz del día, ergo, debía andar cuidándome, como en un campo minado.

  Pero me las ingeniaba bien, Aurelia, la chica que trabajaba y vivía en casa, hacía de centinela en un cuarto paralelo, aunque al principio, y para no involucrarla, nada le había comentado de la cuestión.

   Siempre alguien me esperaba abajo o en la esquina, ya sea novios o amigas con sus padres, que nada sabían, obviamente, y nos íbamos a alguna fiesta escolar, club, etc., a divertirnos un poco.

   La cosa empezó con un filito que me tiraba piedras a la ventana. Ahí me avivé de hacer todo este recorrido de exploradora nocturna, que me salía de diez. Luego de él, y como por arte de magia, las escapadas funcionaban con quien se me cantara salir y a dónde se me ocurriese ir. Así que le metí para adelante, al mejor estilo,  fondo blanco…

   Cierto día, en la que el padre de una amiga, junto a ella, me esperaban a la otra cuadra, cuando salté al primer techo del vecino, se escucharon ruidos, otros que no eran los míos. Entonces me quedé parada unos instantes para ver qué ocurría, y luego, cuando cerraron la puerta, seguí mi ruta hacia la acera, casi volando.

  Al día siguiente, Aurelia me contó asustada, que los vecinos le preguntaron si  también había escuchado pisadas, ya que los hijos, salieron con un arma, creyendo que eran ladrones. Ella estaba con un color blanco teta mientras me lo contaba, ja, y obviamente, les dijo que no había oído “ni el volido de una mosca”

  Yo me hice la canchera como si nada pasaba, pero de ahí en más, empecé a espaciar las salidas bajo el influjo de la luna, porque me agarró un cagazo de aquellos, aunque conste, que nunca las dejé de hacer.

   Hasta que mi vieja se enteró, (aún no sé cómo, ni lo sabré nunca), me dijo todo lo dicho y por decir, le puso candados a las ventanas en existencia a mi alrededor, y se terminó la joda…


   Flor de turra había sido mamita, garcándole el esparcimiento a su única hija, ja ja…, Ana C.



miércoles, 26 de octubre de 2011

El Señor P.




(Qué nos hicieron...)



(No nos priven de la libertad, humanos...)






         Hace algunos años, resultó ser, que este buen señor P. (lo llamaré así por ahora), era el presidente del Colegio de Veterinarios. En ese momento se capturaban perros, y él, bregaba por la perrera y demás menesteres tan nefastos.
     Yo he sido y soy proteccionista desde antes de nacer, así que me dediqué a juntar todas las asociaciones habidas y por haber, independientes, privados y públicos, a pedido de varios de ellos por mis cartas al lector y otras actuaciones realizadas, en defensa de los animales. Ergo, tuvimos muchos encuentros, hicimos bastante, hasta que por el ego de muchos, se disolvió la agrupación y yo seguí por mi cuenta, que es lo más sanito mental que pude hacer…

        Pero en una de esas reuniones, donde había logrado juntar a todo el mundo en la sede del Colegio de Veterinarios, con dirigentes oficiales, veterinarios y este señor P., la cosa se fue poniendo brava, tanto, que en un momento, creímos que nos íbamos a agarrar a las piñas mal. Así que intentamos bajar los decibeles de las barrabasadas que esta gente decía sobre los perros, hasta lograr al menos, evitar los gritos, y obviamente, los bifes, además de no sacar nada en limpio para la humanidad perruna.

   Cuando todo terminó, nos quedamos charlando en el salón general, con este sujeto y una amiga, para ver qué onda. Hasta que en un momento, el señor P., me dijo:

- Yo sé muy bien quien es usted…, tipo mafia, y nos llevó a otra habitación del lugar en donde había un inmenso tergopol apoyado en la pared, con recortes de diarios de todas mis cartas al lector, tipo asesino serial desquiciado. Nosotras nos lo quedamos mirando anonadadas, porque era digno de sacarlo en una fotito, como: “El loco infame de la escopeta”, y luego le respondí:

 - Hace bien señor P. en leerme, así, al menos, aprende algo…

     Y bue, nuestra relación empezó y terminó ahí mismo. Claro que se prolongó a lo largo de la vida, con discusiones radiales y televisivas.

      Aquella noche, en la que había ido a uno de los programas más destacados del cable local, para tratar el tema de una ordenanza a aprobar, en donde estaban invitados: un veterinario cómplice de este personaje de cuarta, un psiquiatra y una concejal, también afín a ellos. En la previa, antes de salir al aire, mientras hablábamos de todo un poco, el vete dijo que según su encuesta, los perros que más mordían eran el Collie y el Labrador. Juro que me salí de mí para responderle, porque ambos perros son más buenos que Lassie drogado, pero el pelotudo mental siguió con su data, terco como una mula, mientras yo no paraba de criticar sus dichos.

    Y peor aún fue, cuando dijo, entre dientes, que el señor P. le había conseguido toda la data del año, sobre las entradas al hospital de pacientes por mordeduras. Ahhh, bien al estilo milico, no se podía ser tan imbécil…

     En fin, minutos después, ya en el aire, me dije, a este lo recago, así que me puse el equipo de guerra verbal, y empecé a darle para que tenga y para que guarde, impidiendo, que pudiera mencionar su miserable encuesta, cosa que jamás pudo decir. El periodista, quien nunca me quiso, ni yo, a él, empezó conmigo, preguntándome:

-         A ver, Ana, vos que, sea lo que fuere, siempre estas a favor de los perros…

-         Obvio, respondí, y conociendo a los humanos, siempre lo estaré…

     Y así siguió la cosa, entre palo y palo…

  En un momento, el veterinario cortó mi verba para meter un bocadillo, siempre en contra de los perros, claro. Yo lo seguí tapando con mis “frases matadoras”, hasta que habló el psiquiatra, medio divagante, pero defendiéndome, sobre la antigüedad y el respeto hacia los animales. Y también, la concejal, una boluda importante que nada dejó en claro de su “potencial” ley para aprobar, de cuarta. 
 Y al final del programa, para rematar bien la cosa, pedí la palabra y dije:


-         Quería remarcar la poca profesionalidad del presidente del Colegio de Veterinarios, el señor P., quien por una radio dijo, que las únicas culpables de que hubiese perros “mordedores” en la plaza, eran las vecinas que les daban de comer. Aysss, señor P. sea serio, usted es el presidente del C d V, aunque parezca un payaso, con perdón de los payasos, claro…

   Así terminé mi delicadito discurso, con risas varias, detrás de cámara. Obviamente, el tipo casi revienta del odio en la casa, ja, y me siguió pegando en todo lugar donde iba, cosa que yo también hice.  

   Pero la cosa fue, que al terminar el programa, y ya fuera del aire, al psiquiatra le agarró una especie de brote psicótico en mi defensa, así que empezó a gritarle al veterinario, pidiéndole que se disculpara conmigo, ja ja, y el tipo nada tenía qué decir, porque sólo me había interrumpido en el programa. Fue tremendo, casi se van a las manos, no llegó a mayores, de casualidad. Ays, Dios, qué momento, y una sin cámara, ja ja.

   Igual, ya lo habíamos dejado chatito mal al pobre infeliz de P., quien a toda costa, quería poner chips a los perros, de la calle también, (curro, si los hay, además del cáncer que pueden originar estos diminutos aparatejos), y al que no lo tuviera, lo encerraría en un lugar que tienen con jaulas diminutas, sin agua y casi nada de comida, cosa que ha hecho.

   Y aunque se pasó por todos los medios diciendo que ellos aún no habían comprado ninguna partida, tuve la suerte de contactarme vía mail con una importante marca de medicamentos de baires, para saber si en mi ciudad habían mandado alguna partida de chips al colegio de vetes, obteniendo, una  respuesta afirmativa. O sea, que lo dejaron al descubierto, y ahí, lo terminé de rematar.
  Tiempo después, no sé si renunció o echaron de la presidencia del colegio.


    Aunque lo lamentable fue, que el día de las elecciones próximas pasadas, me enteré que este infame ser, que de animales no sabe nada, y tampoco le importa, además de tener varios cargos paralelos oficiales y privados, había renovado su mandato en el consejo de “delirantes”. De terror, parecería ser, que la mierda siempre triunfa… “Pero conmigo no, señor P., conmigo, no...”, Ana C.


lunes, 24 de octubre de 2011

De militares...










  
    Sucedió a mis 13 años, maso, una tarde en que papá estaba atendiendo sus pacientes en el consultorio, en la parte delantera de la casa, yo tocaba el piano en el living, y mi vieja, daba vueltas por allí, cuando un ruido extraño nos sobresaltó, a la vez que desde la sala de espera, vimos ingresar varias botas militares pateando la puerta brutalmente, sin siquiera preguntar, para luego, ver sus cuerpos uniformados portando armas largas.
    Lo tragicómico del caso fue, que a los pacientes de la sala de espera, tampoco los dejaron salir, les pusieron dos milicos más en la puerta de entrada y cerraron con llave, quedando así todos atrapados en nuestra propia casa.

   Al ver semejante despelote, y por los nervios ocasionados, a mí me agarró un ataque de risa tremendo, mientras observaba cómo los tipos se iban incomodando ante mi carcajada, y la cara de mis viejos, se transformaba en un odio visceral profundo, intentando callarme de mil maneras, sin logro alguno. Ergo, me quedé sentada en un sillón de la sala, con la cabeza hacia abajo y el cuerpo en un corcoveo convulsivo

 Uno de los tipos, me apuntó con su arma, y dijo:

- ¿Y usted de qué se ríe?

   Yo me mantuve con la mirada gacha, aunque sin cesar mi risa, hasta que me ordenó:

-         Ya que está tan jocosa, venga conmigo a revisar la casa…


   Mierda, pensé, por pelotuda ahora la voy a ligar de arriba, ya que con esta gente, no se jode, pero era más fuerte que yo. Así que empecé a guiar al imbécil mayor por un tour hogareño. Me hizo hurgar en alacenas, roperos, valijas, cajones y mil cosas más, en donde obviamente, no encontró nada sospechoso. Así que estuve un buen rato con el milico al lado recorriendo el lugar, hasta regresar al punto de partida.

    Allí, toda mi familia estaba sentada alrededor de la mesa principal, con la custodia de estos cuatro foráneos, escena que obviamente, más risa me causó. Pero igual, me volví a sentar sin emitir palabra alguna.

   Entonces los tipos, siempre con un tono superior, nos preguntaron si teníamos armas… Ays, ese fue un capítulo a parte, porque mi viejo, antes que yo naciera, había sido médico militar, creo que en Azul, lo habían enganchado un par de años, luego de hacer la colimba, e imagino que después de recibirse, y tenía un arma de esa época de la colonia, que ni andaba, guardada en el placard de la terraza. Habíamos quedado de acuerdo de antemano, que si alguna vez ocurría una requisa en casa, diríamos que no existía ninguna clase de armas. Claro que la honestidad de mi viejo era brutal, así que les respondió:

-         Sí, tenemos una pistola de cuando estuve unos años en…

   Los tipos ni lo dejaron terminar la frase, y se le fueron al humo, para obtenerla. Así que nuevamente me tocó ir a mí con el uniformado a buscarla. Por suerte, cuando vieron la porquería que era, la tiraron arriba de la mesa, diciendo:

-         Esto no sirve para nada…

     Luego de unos minutos, que se hicieron eternos milenios, se fueron de la misma forma en la que entraron, abruptamente. 
Ni les cuento la calentura de mi vieja con papá por lo confesado:

-         Por tu culpa casi nos matan a todos, le decía, ja, ja.

  Y sí, también la ligué, al haber emitido mi risa, casi todo el tiempo.

-         No puedo creer lo de ustedes dos…, gritaba, señalándonos


    En fin, fue un momento espantoso que jamás olvidaré, y que sin dudas señala nuestra candidez, la que podría habernos hecho meter en cana for ever…, Ana C.


     PD: Ah, cuando hice la mudanza en casa de mi vieja, la misma  arma de la era arcaica, sin balas e inservible, aún estaba allí, o sea, que ahora la sigo teniendo yo, es mi karma hereditario de generación en generación, ¡Qué castigo!…



sábado, 22 de octubre de 2011

Primera comunión...




 (La tristemente célebre y real Iglesia nombrada)












     Aysss, dar los pasos de mi primera comunión, fue como intentar domar a una fiera sauvage o emular al anticristo. Por Dios, (nunca mejor dicho), mi vieja me explicaba el catecismo en casa, y yo, buceaba por el interior de mi mundo submarino con snorkel y patas de ranas puestas, a la par. No había forma, no me interesaba en absoluto, no creía, de hecho, mis repreguntas, la hacían dudar hasta a mi propia madre, de la existencia divina de Él (y no hablo del muertito K, guarda la tosca).
  Ella igual insistía en fomentar tales creencias, por sobre, mis no creencias, y claro, algo siempre quedaba, así que suelo rezar, pedir, arrodillarme (para orar, no sean asquerosos), etc…

  Recuerdo una vez, tendría unos cinco añitos, haberla dejado mudita mal, cuando al pasar por el pesebre, junto al niño Jesús, le dije:

-         Pero este chico todos los años está igual, no crece nunca… ¿Qué le pasa…?

Obvio, ya que todos evolucionábamos con la edad, salvo el niño Jesús.

     Mi vieja medio se divertía con mis acotaciones, aunque igual, no abandonaba el tratar de inculcarme lo clerical en mi vida, más el vestidito marfil de gorda lechona hecho a medida para tal ocasión, la biblia nacarada al tono y demás menesteres ridículos. Ahhh, la foto de mi carita con el rosario en mano, para alquilar balcones, desde donde tomar envión y tirarse palomita hacia la humanidad toda…

     La cosa fue que el destino me llevó a realizar tal acto solemne, en la iglesia de  Quequén, cerca de Necochea, ya que la otra parte de la flia vivía allí, además de vacacionar siempre.
  Y eso hicimos, con una fiesta posterior, en la casa de una de mis tías, que tenía un patio enorme de media manzana, cantidad de árboles frutales jamás vistos, animales sueltos, lomas, cañas, y con invitados algo mayores a mi edad, pero que no eran amigos, si no, hijos de sus amigos, porque los míos, habían quedado en mi ciudad.

     Cave destacar, que de más chiquita, a mi padrino – tío y dos abuelos, los habían velado en la propia iglesia, ergo, para mí, ese tipo de lugares, tenían olor a muerte y me daban mucho miedo.

       El día llegó, y estábamos todos más que nerviosos con los preparativos, mis padres también, por cómo me comportaría en tal ocasión. Así que toda cambiadita como una santa de los altares, ingresé al templo católico, lúgubre y oscuro, haciendo mi entrada triunfal y final a la iglesia, ya que ni bien puse un pie dentro, me agarró una especie de congoja fuerte, de esas que te mueven hasta los pelos de las patas, y me largué a llorar in crescendo, hasta llegar al lamento, y luego, a los gritos pelados.
   Pero peorcito fue, cuando divisé a los lejos el tan mentado confesionario, como una mancha sombría e imborrable, en donde yo debía hincarme para blanquear mis pecados, tras ese enrejado de miradas turbias y susurros cuasi morbosos… Ni muerta le iba a contar a un desconocido con sotana que se escondía tras los muros, mis partes más indignas, si era que las tenía. Ergo, me retobé con muchas más ganas, quedándome petrificada casi en la entrada, sobre esos pisos antiguos de guardas color caqui, mientras mis viejos y familiares me miraban como diciendo, está loca de remate, sin entender mi sensibilidad y vivencias acaecidas.
  Para colmo, mi vieja no tuvo mejor idea que agarrarme de la mano y así acceder a la guarida del cura, (léase confesionario), a la vez que yo seguía clavada como un poste al suelo, en consecuencia, me llevó arrastrando junto a mi grito de: Nooooooooooooooo, propagado en un eco anticlerical eterno, junto a mis llantos de odio y espanto, hasta el mismísimo sitio. 
 Si lograsen visualizar realmente la imagen, se darían cuenta, que no daba, ni para las Brujas de Sálem…

   En conclusión, nunca llegué a confesarme del todo, porque no paraba de llorisquear delante del padre, respondiendo con cualquier tema diverso a la imbecilidad de sus preguntas; aborrecí a mis padres por haberme obligado a hacer tal hecho; y cuando llegué a la casa de mi tía, con los pelos revueltos y la ropa casi hecha jirones del zamarreo vivido, los descerebrados de los hijos de los amigos de mi familia, habían apedreado a uno de los teros del patio, matándolo, así que después de avisar a sus respectivos progenitores, fueron echados a la merde por todos al unísono.

  Ahhh, una fiesta de puta madre, ja, digan que el lunch encargado estaba excelente, porque hasta un aquelarre hubiese sido más digno y fiel a sus principios brujeriles, que lo que yo tuve que soportar en pos de lo que denominan, el cristianismo…, Ana C.



viernes, 21 de octubre de 2011

Anécdotas...










      En una época, de adolescente, veraneábamos los tres meses, en Sierra de la Ventana, porque teníamos parientes allá, aunque parábamos en el Hotel Provincial. Solía ir también mucha gente de capital y demás lugares del país. Así que siempre me hacía de alguna amiga para salir.

    Comíamos como lechones, ya que en el hotel servían tres platos, más el postre, además de los helados y chocolates autóctonos, a toda hora del día.   
   A la tarde, andábamos a caballo, galopando por el pueblo como brillantes amazonas, nos bañábamos en la pileta de allí o boludeábamos con los lugareños.  
 Había varios de ellos, con los que nuestros padres, nos querían enganchar: Uno con un castillo “de en de veras”, quien una vez nos hizo escuchar a la noche y ahí mismo, un disco con sonidos de terror, que contenía gritos, puertas que se abrían y cerraban, llantos, lamentos, mientras apagaba y prendía las luces, casi nos morimos del susto. Y otros muchachos, siempre con un buen pasar, conocidos y demás.
  Como íbamos temprano de vacaciones, ni bien terminaban las clases, veíamos a todos los visitantes desde el principio, para seguirles bien la pista.  

  Obviamente, yo siempre optaba por el que menos guita tenía, porque el abuso de autoridad monetaria, era algo que siempre me molestó y molestará. Con decirles que me levanté un camionero, porque tenía onda así tipo Luque, hasta que el tipo me fue a buscar con el camión al hotel. Imagínense cuando lo vi llegar con el mionca, ja, me escondí tras la arboleda y luego salí rajando pal campo…

    
      Resultó ser que una noche, fuimos todos al boliche de onda, (el único en existencia, y que a la tarde, oficiaba de cine - bar). No saben lo que era, las luces blancas de la pista caían perpendiculares, tipo rayo láser del subdesarrollo, hasta temimos por el desintegro al instante de nuestras vidas. 
 Mientras nos estábamos divirtiendo, bailando, criticando al lugar y demás sonseras básicas, apareció un bomboncito abogado de maso 33 años, (yo tendría unos 22), que me gustó de entrada. Nos conocimos, formamos una linda amistad,  haciendo wing surf en el dique Paso Piedras, donde me caí redondita sobre el agua, en una explosión más que interesante, etc.

   Pero a la semana, llegó al lugar otro bombón abogado de 26 añitos, con el cual también hicimos buenas migas, y no, de pan…

   En esa época, una practicaba tantas cosas arriesgadas y raras, que creo ahora, moriría en el intento… Una madrugada, hicimos el amor al lado del arroyo, sobre ese pedregullo insoportable del piso, que por supuesto, en ese entonces, ni lo noté.  
 Fue muy romántico, luego, me cargó en sus brazos, para que no pisara la suciedad del suelo, (aunque ya nos habíamos revolcado mal), y llevó así hacia el auto, entre besos y mimos. Esos eran hombres, carajo…
  Ahora, si llegase a trasladar tal episodio a la actualidad, creo que tendrían que llamar de urgencia, mínimo, a la grúa municipal para que me levantaran del piso, además, de desincrustarme el millón de mugrosas piedras clavadas en la espalda. ¿Pero quién me quita lo empedrado, digo, lo bailado???

    En fin, como colofón, seguí practicando el “amiguismo” con este buen muchacho tan educado y fogoso, hasta que supe que era hermano del boga  relatado con anterioridad. Ergo, ambos se enteraron de lo acaecido, y me cortaron el rostro, ya sin tanta educación…

   Así que me fui cantando bajito, indignada con estos millonarios que se creen endiosados, cuando una solo quiso interactuar, sabiendo claramente, que la familia tira y mucho, sobre todo, si es la de ellos.
 Y que agradezcan que no tuve el gusto de conocer al padre…

   Porque eso sí, podrán decir lo que quieran de mí, pero jamás de los jamases, que fui protagonista de: La intrusa. ¡Faltaba más!. Será justicia…,  Ana C.





jueves, 20 de octubre de 2011

Una parte de mí...








               (Arboleda que llevaba a la laguna, dopo, la inundación)



(En el mismo Bim, Bam, Bum...)



        Confieso que he sido una niñita muy querida, demasiado diría, por ser hija única, teniendo así todos los regalos y premios, y también, todos los retos…

     De bebé, mi viejo me hacía patalear con sus manos sobre mis patas, para hacerme una buena futbolista, cosa que logró, ya que los penales que metía, eran gloriosos, tanto, que hasta perdía el zapato cada vez que los hacía. (SIC)

   Los amaba a ambos, pero la mayor conexión, la tenía con mi vieja, (Electra toda poderosa). En los primeros tiempos, a mi papá, también le decía mamá, imagínense, estaba “chocho”, ja.

    A los tres, solía escribir todas las vocales, más mi nombre con tiza, en letras mayúsculas y de imprenta, sentada sobre el patio de laja de casa.

   Amé a los perros desde antes de nacer. Pero a los tres años, jugando con mi vieja en un lugar cercano a una vía, (cosa que no sabía), al ir a ver a uno que vagaba allí, casi fui atropellada por un tren, si ella no me hubiese rescatado a tiempo, mientras yo la puteaba, obvio…

   También adoré la mal llamada música clásica. A los cuatro años, y por pedido mío, me compraron el piano y la guitarra. Estudiaba mucho, con todo gusto, salvo en los horarios de juego con los chicos del barrio, cuando me llamaban y debía encerrarme a hacerlo, escuchando los gritos de ellos afuera...

   A los diez, incorporé el chelo, era casi el doble que yo, y se le saltaban las clavijas con asiduidad, pegándome unos sustos de aquellos. 
 Ya de adolescente lo vendí para comprarme un Citroen 3CV, y bue, a esa edad, uno es más boludo que de costumbre…

    A los seis años, me llevaron a tomar clases de equitación, con Farolito, un caballo completamente blanco que adoraba, también de patín en el casino de marpla y de natación, en el náutico de Necochea.

   Casi a esa misma edad, íbamos a La Laguna de Epecuén, en Carhué, porque mi viejo necesitaba tomar baños de sal. Ahhh, lo que he odiado ese lugar, además, mi vieja me hacía ir solo con un shorcito, si nada arriba, para que me diera el sol y fuese más sanita… Yo era grandota, y tenía un busto insipiente pero generoso. Dios, moría de vergüenza, pero ella, terca como una mula, me seguía llevando así, en pelotas mal, delante del mundo.

   En fin, luego de meterme en esa agua asquerosa, teníamos todo el viaje en auto bajo el sofocante calor, dura de sal como una momia, hasta el hotel del centro. Un castigo divino que yo debía pagar, vaya a saber por qué culpas ajenas. Aborrecía  la tirantez de la piel, el craquelado posterior, y todas las molestias acarreadas, eran de lo peor...

   Saldaban la cuenta, entre el debe y el haber, de mi pequeña vida, las noches en el pueblo. Había un bar de mala muerte en la esquina, el: “Bim, Bam, Bum”, seguramente parafraseando al Big Bang del comienzo del mundo, digo por los estruendos de la música, gritos y parejas bailando con sus pies arrastrados por el piso, que repercutían en las habitaciones, y a la vez, llenaba de alegría la cuadra. Yo los miraba desde la ventana que daba a la propia vereda, era divertido, aunque algo chillón. De ahí me quedó el tema que dice: “Lo que pasa es que la banda está borracha, hip, está borracha, hip, está borracha…”, me encantaba que mi mamá me lo cantara antes de dormir.

    También estaban los bailes de carnaval en las calles, muy bien organizados y con excelentes disfraces, siempre pedía salir para verlos.  

  En contraposición, la mayoría de las noches, había lluvia de cascarudos negros, diría, diluvio de ellos, que se nos metían por entre la ropa, un espanto…

   El dueño del hotel, que ya ni recuerdo el nombre, se llamaba: Señor Trabuco. A mí me daba una impresión tremenda que el tipo se apellidara así, con un rótulo tan de pistolero. Pero más gracia me causó, cuando mi vieja descubrió que el hombre, cada vez que hablaba con alguien, tenía el tic de tocarse la bragueta con su mano. Era imposible que no me riera al verlo, ocasionando diversos papelones, a mis padres.

    Una siesta, donde todo el mundo reposaba en paz, mientras esperaba a mis viejos que terminaran de comer, me quedé saltando en un pasillo que tenía unos jardincitos chotos alrededor. Jugaba, sola e imaginariamente, a que atravesaba la fosa del río de un castillo, desde un cantero con plantas, hacia el del otro lado. Hasta que vi un congreso misterioso de hormigas coloradas, al que traté de esquivar, todo el tiempo. Claro que llegó un momento, en que distraída como era, me olvidé del tema, con tan mala suerte, que me caí de culo sobre el hormiguero…  
 Creo que los gritos que pegué, fueron peores que los ruidos de los bailes nocturnos. Además de escucharlo hasta mis padres dentro del comedor, quienes vinieron corriendo, desperté a toda la comarca de viejos durmientes del lugar. Por supuesto que las hormigas me picaron mal las piernitas, y encima, recibí el reto de mis progenitores, por haber gritado como una yegua… 
  Y bue, los insectos me sacaban mal, les tenía como una especie de fobia, que por suerte, con el tiempo, pude superar. 


   Ahhh, esos sí que fueron imborrables recuerdos en mis retinas..., Ana C.




(Este blog resume mucho de lo vivido allí)


martes, 18 de octubre de 2011

De clases literarias...






    Fue más que interesante tomar clases con mi escritor preferido, y más aún, hacernos amigos. Me deslumbraba la espectacularidad de su casa, que era de su mujer, pero que él había reestructurado y decorado a la perfección. Esas antiguas puertas de madera gigantes, la biblioteca - estudio que se extendía por los cielos de todo un Universo literario, la magia de entablar diálogos pensantes, esa preparación acorde de las mentes para no solo escribir, si no también, para diagramar el marketing de lo ya escrito, las miradas cómplices, el perro llamado López, al que yo le decía, Pérez.
 Era un lujo entrar allí, a ese resguardo del conocimiento y de los tantos aprendizajes que giraban en torno al que accedía. Un paraíso de sucesivas charlas, en donde cada objeto, también tenía su historia singular, a la par, de su dueño…

   Una impresionante puerta corrediza de madera y vidrio nos recibía al llegar. A la izquierda, en el altillo de la casa, habitaba la mucama, quien seguramente habría tenido que librar alguna que otra batalla con él; escaleras abajo, el amplio comedor, en donde las plantas brotaban desde las diversas macetas de tierra, bronce o cerámica, muebles antiguos y un banco de plaza frente a la inmensa chimenea, precedían al estudio conformado por dos ventanales que daban al living. Al lado, la pieza, con aquella cama de quebracho empotrada al piso, el baño en suite acorde y una cocina inmensa de conchetas cacerolas colgando por encima de todos los mortales.
 Amaba esa casa, sus balcones, la vista a la Plaza de los Dos Congresos, las distintas vivencias, el entendimiento flotando sobre aquellos aires, nuestro mutuo asombro trepando los destinos.

   También hubo anécdotas simpáticas. Como esa tarde - noche en que ambos estábamos concentrados en un capítulo de mi libro, dentro del estudio, y la luz del velador empezó a titilar, ergo, era casi imposible leer. Él dio la vuelta al escritorio y se agacho para mover el cable del enchufe. Mientras, yo me dedicaba a guiarlo, comentándole cómo iba la cosa, al compás de sus movimientos. Como no pasaba nada, le dije:

-         A ver, dejáme a mí…

  Me incliné para acomodar el cable, (cabe señalar que casi no se veía nada, o sea, que era todo al tanteo, y que el enchufe, estaba casi pegado al zócalo), pero tampoco pude, a la vez que le decía:

-         Es imposible embocar esta mierda…

-         A ver si yo puedo…, siguió él

-         No, para, estoy intentando, pero se complica

-         Dejáme probar…

-         Espera, que ya casi pude enchufarlo…

  Entonces se abrió la puerta de golpe, y apareció la mujer, una psiquiatra más loca que un plumero que se las daba de superada pero era una pobre infeliz, aunque buena profesional, diciendo a gritos:

-         ¿Qué es lo que ustedes dos no pueden enchufar???

-         Esto, el enchufe, señora, ¿Qué va a ser?, dije mientras la miraba con suma indignación y él le clavaba los ojos, perplejo

-         ¿A sí…? Parece que la estaban pasando lindo entre emboque y emboque…

-         ¿Qué dice? Seguí calentita


-         Que se estaban divirtiendo…

-         No, señora, estábamos intentando arreglar el velador que no paraba de titilar

-         Eso…, dijo él

Ella se agachó, y en dos minutos solucionó el tema:

-         Claro, qué mierda vas a arreglar vos si sos un inútil. En tu puta vida solucionaste algo de la casa…

   Yo la miraba entre la risa y el espanto, además de querer ahorcarla con mis propias manos, por ordinaria y por criticar al hombre que tanto admiraba. Él sumiso, emitió varios guturales, al mejor estilo puteo, y se volvió a sentar detrás del escritorio, con cierto desconcierto.
La mujer continuó degradándolo, se ve que no había podido superar la acumulación de todos los cuernos de la historia de su vida, pero bueno, era una desubicada mal… 
 Luego se quedó arreglando no sé qué de una repisa, no nos quería dejar solos a toda costa, mientras, yo le hacía gestos a él de hastío total. Minutos más tarde, se fue, con un portazo que nos dejó oscilando de un lado al otro….

  Pobre tipa, soportar los tantos amoríos de este buen señor, tampoco era tarea fácil, igualmente, con separarse, concluía el calvario. Pero no, prefirió estar a su lado, molestar a todas las alumnas concurrentes, hacerle ataques de celos como una pendeja caprichosa, hasta una vez, no me quiso dejar entrar, revisándome la cartera a ver qué le llevaba, juas.

  En fin, con el tiempo, se divorciaron, pero él perdió casi todas las pertenencias que tenía allí, una pena, además, esa casa, debía estar en un cuadrito para la posteridad. Por suerte, pude rescatar algunas fotos, otras, me las afanaron con  la cámara, en plena, 9 de Julio…, Ana C.


PD: Acabo de ver, que tal propiedad, ahora es una casa boutique que se alquila por día… ¡Cuántos recuerdos, por Dios!





http://www.mashpedia.es/Dalmiro_S%C3%A1enz


 (Este video es mortal, concuerdo con todo lo que dice, aunque no podría esbozarlo con tanta claridad)