Ojito...

Ojito...

No dejen de mirar esas caritas de los niños, ahora ya adultos, por Dios...

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Segundo capítulo de mi libro...













   Anochecía. Alicia mantuvo su mirada en aquel Cristo del atrio 
que parecía santificarla, mientras rezaba dos aves marías y cuatro padres nuestros. Luego hizo la señal de la cruz, y comenzó a caminar por uno de los pasillos laterales de la iglesia. El aroma a incienso que se diluía entre las sombras le recordó ese mismo olor que de niña flotaba en los corredores del colegio de pupilas, cuando el llanto de sus compañeras auguraba el llamado de la madre superiora, y los cuerpos esclavos eran obligados a sentarse semidesnudos sobre esos almohadones del despacho, los que seguramente habían sido bordados por manos religiosas al desamparo de cualquier tipo de dioses. Hasta que la autoridad eclesiástica dejaba de acariciarlas esbozando un leve quejido, y esos ojos mojados de inocencia, junto a los pequeños pies, volvían a cruzar con ligereza el umbral de puertas y pasillos para regresar a sus camas.


  Entonces Alicia se detuvo exhalando un suspiro, mientras volvía a pronunciar sus dedos dentro del agua bendita. Fue cuando el comisario Taboada entró vestido de civil a la iglesia casi vacía, con pasos lentos y sombríos, como esos pasos que los acompañantes de las novias suelen dar, para sentarse junto al confesionario, donde aquel hombre enjuto y encorvado se aferraba a un crucifijo, simulando enumerar antiguos pecados.   
  El sujeto no se inmutó al verlo, siguió con la cabeza gacha en forma de plegaria hasta que el policía dijo:



–¿Trajiste la plata?
– Una parte; la dejé en el lugar de siempre...
- Rengo de mierda, para mañana quiero todo, volvió a decir 
el comisario, antes de que el hombre comenzara a caminar con 
sus facciones sumidas en esa lobreguez del templo, arrastrando la pesada carga de uno de sus pies sobre el piso, y que aquella silueta de mujer con un velo que la cubría entera, cruzara desde el púlpito hacia Taboada, arrodillándose al otro lado del enrejado de madera. Ella comenzó a balbucear algunas frases que oficiaron una especie de hipnosis, hasta que el comisario dijo:


–¿Está hablando sola?
- ¿Qué?
- Si habla sola, porque el cura no está...
–Hablaba para mí; ¿Me está escuchando?
–Cualquiera que estuviese en mi lugar la escucharía.
–¿Le interesa lo que digo?
–No, volvió a decir él.
–Yo diría que se muere de ganas de saber...
–A lo mejor... ¿Es de por acá?
–Del pueblo vecino.
–¿Y siempre reza sola?
–¿Por qué, me quiere acompañar?,


 Taboada abrió la puerta del confesionario con una cara
desenfadada, y corrió la cortina bordó de terciopelo que caía formando innumerables pliegues hacia el suelo, mientras tomaba la bolsa con la plata y la guardaba. Luego se incorporó dentro de ese espacio oscuro, en donde el rostro apenas perceptible de la mujer dejaba vislumbrar una sonrisa a través de las ranuras y del velo:


–La escucho..., siguió el comisario.
–¿Me va a confesar?
–¿No era lo que quería...?


  La mujer volvió a sonreír, diciendo:


–Entonces cierre los ojos...
–¿Para qué?
–Para que no me vea contar mis culpas.
–Ya está...
–Mire que no vale espiar...
–Nunca espío.


  Alicia comenzó a persignarse en voz baja. Taboada también lo 
hizo con un idéntico lenguaje de palabras y de gestos sobre aquellos puntos cardinales de su cuerpo en donde la fe parecía estar acreditada:


–¿Con cuál de sus dedos se persignó?, dijo ella.
–¿Importa?
–Sí...
–Con el pulgar...
–¿Al índice y al medio lo deja para otro tipo de rituales?
– Para los que usted quiera... ¿Me va a contar o no?
–No se apure tanto...
–Diga nomás...
–¿No cree que uno de los peores pecados es la soledad?
– Para nada...
– Sin embargo hacemos cualquier cosa para no estar solos.
–¿Por ejemplo?


 Ella soltó otro suspiro largo, mientras contorneaba su cuerpo:


–Desnudar la intimidad hacia los otros.
–No veo pecado alguno en eso...
–¿Usted podría valorar a una mujer así?
–¿Así cómo?
–Abierta a sus instintos...
–¿No es lo que estoy haciendo ahora...?
–¿Me está valorando o confesando?
–Las dos cosas...
–Cuánta profesionalidad, dijo casi ronroneando. ¿Sigue con 
los ojos cerrados?
–Por supuesto...
–Ya puede abrirlos...


 Taboada mantuvo su respiración dentro de ese inmenso tórax 
que el confesionario también albergaba, a la vez que miraba como ella se quitaba la blusa:


–¿Los abrió?
–¿Por qué, ya está pecando?
–Un poco, pero no me respondió.
–Sí, aunque apenas la veo...
–¿Y ahora?, dijo acercándose al cuadriculado de la esterilla.
–Ahora sí...
–¿Qué ve?
–Sus pechos..., murmuró mientras observaba el rosado de esa 
carne inscripta en los huecos del dibujo.
–¿Le gustan...?
–Mucho...
–No mienta...
–No, no..., dijo apoyando sus yemas sobre el enrejado como un 
pájaro atrapado en esa jaula de madera
–Me estoy sacando los zapatos... ¿Sigo...?, preguntó ella.
–Sí, por favor...
–Las medias..., no sabe lo suaves que son...
–¿Se va a quedar toda desnuda?
- Hasta que usted diga basta...
–Siga...
–El corpiño de encaje...
–¿Me lo da?
–Lo tire al piso.
–¿Tiene la bombacha puesta?
–Sí; también el velo y la pollera...
–¿Y qué se va a sacar primero?
–Lo que usted prefiera...
–El velo...
–Mejor no, porque terminaría el juego.
–Entonces la bombacha; sáquese la bombacha, siguió él.
–¿Ahora?
–Sí..., ¿Se la puedo sacar yo?
–Ya me la saqué...


   El comisario echó su cuerpo hacia una de las paredes. Por 
encima, el relieve de las tallas agobiaba la concavidad de la madera liderando la crucifixión de Cristo en distintos tonos de ocres. Luego se bajo el cierre de ese pantalón azul que solía usar, para recorrer con sus manos la aspereza de ese pene erecto, húmedo, mal oliente, colorado, que ascendía hacia la gloria del techo, con los labios apretados para no emitir ningún espasmo, mientras su corazón latía desde las sienes, y la figura de aquella mujer, se movía al compás de su muñeca. Entonces el estallido de un orgasmo lo superó en tiempo y espacio, con los párpados entornados y la boca reseca que ahora se abría en un túnel de profunda soledad. Después dejó ir ese último deseo de su aliento y se limpió los dedos. 
 Cuando salió, la mujer ya se había ido...






domingo, 27 de noviembre de 2011

Primer capítulo de mi libro: "Después, sólo fue después..."






A pedido de @jorgebblog 



DESPUÉS, SÓLO FUE DESPUÉS...


ANA CECILIA DEL RÍO



Capítulo I


Para y por la libertad de espíritu
A mi familia; a la lealtad de mis amigos,
a mis amores, y a mis incondicionales perros.
A. C. del R

Mi especial agradecimiento al talentoso actor
Victor Laplace por su excelente lectura
de mis textos


A la destacada artista Marta Bonjour
por su excelsa pintura para la tapa de mi libro.


Y al artista plástico Bony Bullrich y Facundo Soneira por ceder-
nos su bello y suntuoso loft–bar–teatro “Pasaje de la Piedad”.
A.C. del R.




   El comisario Pedro Taboada tenía 56 años, una pequeña pero
honda cicatriz en el mentón, recuerdo del turco Ayala, delincuente abatido por él poco después de haber terminado una sociedad; su mirada expuesta a las necesidades más urgentes y precarias: el pelo entrecano en concordancia con un bigote saturado de órdenes, y nariz aguerrida. Había vivido con aquella mujer algunos meses, y sólo cuando comenzó a cambiar los gestos de su cara en otros más oscuros, supo que lo traicionaba. Sin embargo nunca le dijo nada hasta ese día, después de la redada policial, mientras ella arreglaba
su delantal con manos imprecisas y facciones inmutables, salvo por aquel leve gesto de pavura que ascendía sobre una de sus cejas.
 Al entrar, él se acercó oliendo como un animal en celo, a la vez
que la mujer trataba de escabullirse entre los platos revueltos de
la mesada. Taboada dijo dos o tres palabras después de saludarla que hicieron retumbar su autoridad en la penumbra de esos muros.
 Luego se sentó en el lugar de siempre para leer el diario y tomar algunos mates:

–Le rechazaron el Habeas corpus..., dijo ella.
–¿Qué?
–Que le rechazaron el Hábeas corpus a Iglesias...
–¿Y vos sabes lo qué es el Habeas corpus?
–Claro que sé, no soy estúpida, siguió mientras se miraba en
el espejo del modular.


 El comisario continuó leyendo, hasta que la mujer lo volvió a
interrumpir:

–¿Viste mis aros nuevos?, dijo poniéndose el pelo detrás de
orejas.
–Sí, son demasiado largos para tu cara...
–¿Me quedan mal?
–No, te quedan muy bien...
–¿Entonces no te gusta que me queden bien...?


 Él no le contestó porque vio en las noticias policiales la lib
ción de Raúl Pelatti:

–¿Escuchaste...?, volvió a preguntar la mujer.
–Sí...
–¿Te gusta o no...?
–No sé, ¿No ves que estoy leyendo?
–Sí, veo, ¿Y qué es tan importante?
–Soltaron a Pelatti..., dijo después de un rato.
–¿Uno de los que robó el banco?
–Sí...
–¿Y por qué lo largaron?
–Qué sé yo, lo habrá patrocinado García Estébez... Es bueno
ese hijo de puta; uno de los mejores abogados que he visto. Tenía
que ser de la capital.
–Y con la cara de idiota que tiene..., siguió ella.
–Se hace el idiota, porque es genial. Como me pasa a mí; me
hago el idiota cuando te creo lo que me contás...
–¿Y cuándo sos genial?
–Ahora, respondió Taboada, mientras dejaba el diario sobre la
mesa y se levantaba para pegarle una cachetada.


 Ella se desmoronó en el suelo. Desde allí puso su mano en esa
mejilla que comenzaba a alborotarse en un rojo furioso, con el pelo cruzado sobre su rostro inquisitivo. El agua hirviendo de la pava le recorrió los brazos tatuándolos en un delta de hilos plateados con profundas nervaduras, a la vez que la yerba se desparramaba sobre los baldozones junto a la calabaza del mate y una bombilla sucia. 
La mujer quiso decir algo, pero no dijo nada; colocó su mirada en ese dolor que iba creciendo ante las constantes vejaciones de aquel hombre. No era la vez que le había pegado más fuerte, pero sentía que este golpe era distinto. El comisario la observó con una pena  profunda que compadecía cada umbral de su existencia desde la hijaputez de esos ojos oscuros, mientras le daba la mano para que se levantara. Ella la tomó con algo de recelo, y se quedó quieta sin decir nada:

–Levantate boluda, gritó Taboada, a la vez que la arrastraba
hacia su cuerpo. El delantal de colores, fue lo primero que el comisario le arrancó hacia un costado, mientras le apretaba los pechos por encima de la camisa, donde el temor y el deseo comenzaban a confabularse. La mujer mantuvo la rigidez de sus piernas sobre el piso, al mismo tiempo que el comisario abría su bragueta y la sujetaba para ponerle el miembro dentro de la boca. Entonces ella hundió los labios en la espesura de ese sexo que tantas veces había disfrutado y lamido y sentido, ahora con pensamientos más elaborados que reincidían en un mismo odio y una misma traición, hasta sentir el frío caño de la pistola alternando con su pene. Sin embargo no detuvo su ritmo; tampoco lo miró bajo esas insipientes arrugas que se dibujaban y desdibujaban en un gesto de resignación sobre la frente:

–¿Así también te gusta? –preguntó el comisario.
–Sí... –murmuró entrecortada.
–¿Más o menos que con Vigil?

 Ella había transfigurado esas facciones sumisas de toda una
vida en otras más extrañas:

La mujer le clavó unos ojos crueles, sin cesar el movimiento
de su boca:

–Tampoco es tan difícil, tenés que comparar y responderme...
–insistió el comisario.

–Peor, mucho peor... –dijo ella con labios desconocidos.
–Mirá que saliste putita, continuó Tabeada.


 El brillo de su piel ahora se aglutinaba en una mancha latente
de miedo que descendía repentina por la cara. La mujer trató de levantarse, mientras el comisario la sujetaba, mordiendo sus pezones con una misma boca llena de insultos, como si cada uno de los moretones que iban naciendo a medida que mordía, cicatrizaran su infidelidad. Luego volvió a poner el metal del arma en la comisura de sus labios, forzando los asimétricos bordes de la carne hacia ambos lados en medio de una lengua inquieta, y le introdujo nuevamente el pene hasta percibir su ahogo, para luego emerger en medio de un líquido viscoso. Después, sólo fue después...


jueves, 24 de noviembre de 2011

De circos...






















       Ocurrió hace unos cuatro años maso, con el circo de los Hermanos Servian, acá en Bahía Blanca. Como se suele comentar, muchos circos dan de comer a sus fieras, perros de la calle, de hecho, los compran por dos mangos con cincuenta.

    Esta gente, también lo hacía, pero había que probarlo. Así que una tarde, fuimos varios proteccionistas, (seríamos unos doce, poquitos), hasta donde estaba el circo, paralelo a la ruta, en el estacionamiento de varios mercados EEUU, de esos gigantes, con afiches y para repartir volantes en los alrededores, con la leyenda: “No al maltrato animal. No, a los espectáculos con animales”.

    La estábamos pasando bomba, dándole a cada coche que pasaba tal leyenda impresa, ergo, nos fuimos acercando más, para también, entregarles a los integrantes de la cola de gente, para entrar al circo.  

   Muchos, no lo recibieron, y nos miraron con carita de asquito mal. Otros, sí. Pero la joda fue cuando los hermanitos dueños nos vieron y empezaron a rodear con handy en mano, comunicándose entre ellos, y con la propia cana. Ahhh, les aseguro que tuve un miedito importante, porque son unos patoteros de cuarta, muy mala gente y con mucha guita e influencia.
 Digan que el patrullero - camioneta de la policía que llegó al toque, nos vio tan pelotudas, que nos dijeron, riéndose: Chicas, quieren que las llevemos en la caja a pasear… (no sé si fue una metáfora o pura realidad de asesinato encubierto, je), pero obviamente, le dijimos: No, gracias…, con una sonrisa entre los labios…

  Luego, uno de los dueños se acercó, y nos también a él, para provocarnos, diciéndonos que éramos fundamentalistas y bla, bla, bla, a lo que una amiga le respondió: No lo somos, pero sería preferible, a ser asesinos o maltratadores de animales indefensos… Todas la apoyamos, discutimos un rato, y luego nos fuimos, recalentitas, bah, nos echaron a la mierda, digamos…

 Al día siguiente, salimos por todos los medios, y ellos también, siempre adjudicándonos el mismo calificativo.

     Nos pasamos varias noches paradas con el coche al lado de la ruta, turnándonos los horarios, para vigilar si entraba alguna camioneta o alguien.
 Una madrugada, mientras los leones gritaban como locos, vemos pasar por la carretera, tres caballos galopando a mil, ja, llamamos a la cana, porque era reloca la situación, además de peligrosa, y sí, se habían escapado de una chacra aledaña.

  Otra, empezamos a sospechar de otro auto cercano al nuestro, como que nos estaba vigilando, enviado por estos delincuentes. Hasta que se acercaron, y eran otras proteccionistas, que se habían confundido de turno…

  Pero la frutillita de la torta fue, cuando una semana después, me llaman diciéndome que había un testigo clave, quien había visto pasar un jeep con jaulas detrás, cargadas con  perros, entrando de madrugada al circo. Me pasan el celular, lo llamo al hombre, me cuenta, y lo convenzo para que testifique ante la fiscalía o cana. Así que lo fui a buscar y llevé yo misma a denunciar.

     Resulta que ese jeep que el tipo había visto, pertenecía a un adiestrador de perros hiper conocido de acá, quien casualmente vive detrás de esa zona. Y el declarante, era un camionero, pero dueño de camiones de La Plata, también, productor agropecuario, que había venido a comprar a los super de acá, y se había quedado esa madrugada durmiendo, esperando que abriera. Cuando se despertó al escuchar la jauría, le llamó la atención y le siguió el rastro, hasta verlo entrar al circo.  

 Luego de discutir unos minutos con la policía porque no querían tomarle la declaración, lo hicieron. Ergo, con todo el quilombo público ya realizado, más esto, dos noches después, al circo lo clausuraron, imagínense la calentura de estos cristianos, por llamarlos de alguna manera.

       Fue de tal magnitud lo sucedido, que con ayuda de las chicas chicaneando en el consejo deliberante, protectoras y demás, a los meses, salió la ley que prohibía los espectáculos con animales para la ciudad. Los hermanitos, nos putearon hasta en Arameo, pero se tuvieron que ir, y nunca más pudieron regresar. Por eso, cambiaron a los animalitos, por trapecistas y demás menesteres acrobáticos.

  Realmente, la hicimos genial, con sustito incluido, je, pero logramos nuestro cometido. Después, nos quedamos un tiempo bastante calladitas, por las dudas, ¿Viste?, juas, Ana C.





http://www.minutouno.com.ar/minutouno/nota/24132__page_1/




martes, 22 de noviembre de 2011

De profes...





















         Bueno, sí, algún profesor que otro, también cayó entre mis manitas tan deseables, je.

   Ocurrió que cuando estudiaba en la UNI, licenciatura en psicología, a mis 28 añitos maso, tuve un profe que era un divinor, entre otros. Daba Historia del pensamiento Argentino (y no estaba Pacho a cargo, juas).  
 Pero hete aquí, que al muchacho en cuestión, unos añitos mayor que yo, lo había conocido en la época de la secundaria, de hecho, me había encantado desde siempre, y hasta habíamos bailado varios lentos en el club Vasco y Sportiva. Así que cuando nos volvimos a ver, ahora como profesor - alumna, empezamos a recordar aquellos viejos tiempos tan añorados por los dos. Y, obviamente, comenzamos a salir, aunque él residía en La Plata, pero sus padres y hermanos, vivían acá.
  Les advierto que el tipo era un tremendo bombón, castañito, bonito, estilo bien a lo machote, culto, sensible, de buena familia y abogado. ¿Qué más queres, calamares?, juas.

  Bue, la cosa fue que nos la pasábamos yendo a bailar, cenar, fifar y abrir la puerta para ir a jugar. Ahhh, esos eran días, viviendo en un depto sola, libre como el viento, pero embobada mal con este cristiano, realidad, que era mutua.

 Cada mes, él volvía a dar su materia acelerada, (de la licenciatura, eh, je), ya que teníamos muchas horas seguidas de clase, por el convenio realizado con la UNI de allá, y a la vez, también proseguíamos con nuestra relación tan bella…

  Fui una de sus mejores alumnas avanzadas, además de divertirnos tanto durante casi todo el año. Pero resultó ser, que un día, entre chistes y miraditas cómplices delante de la secretaria de la UNI, cuando él se fue, la mina me dijo:

-         ¿Estás saliendo con él?

-         Sí, je, ¿Se nota mucho?


-         Bastante, respondió entre risas…

-         Creo que se nos fue la mano, dije, contenta…


-         Sí, prosiguió con una mirada sospechosa, pero como te conozco y sé que sos buena gente, tengo que comentarte algo

-         ¿Qué?, dije casi desilusionada con anterioridad

-         Gonzalo es casado y tiene dos hijos…

-         ¿Whatttt?, contesté yo, como loca.

  No lo podía creer, encima se lo había preguntado una vez que había ido en mi motito Zanella hasta su casa, y me había respondido que nooooo, ni ahí, mirá si voy a ser casado…. Ergo, empecé a pergeñar mi venganza…

   Por supuesto que a él no le comenté nada. Pero semanas después, cuando debíamos rendir el final, junto a una monografía anexa con toda la materia relatada, le hice una  bien extensa y completita, con todo lo ocurrido entre ambos, tipo una demanda judicial, donde lo acusaba de haber engañado mi entendimiento, moral, buenas costumbres, orgullo, y lo más importante, mis más puros sentimientos amorosos.

   Cuando me vio entrar, me saludó con una cara de enamorado completa, tomó examen oral primero a todo el resto, y a mí me dejó en último lugar, pero también junto a las chicas del aula.  
  Ahhhh, la cara del señor al escucharme leer, se puso de todos los colores, hasta quedar en un tono blanco teta penetrante. Claro que me detuvo al toque, e hizo salir a las demás alumnas, porque si no, el papelón, hubiese sido mundial. Yo seguí hablando como si nada, con una risita irónica de placer entre mis labios, hasta concluir el último párrafo.  
 Él se quedó petrificado delante de mí, tratando de balbucear mil excusas en su defensa, las que obviamente, no fueron lo suficientemente contundentes.  Luego tomó mi libreta de estudiante, me felicitó por la demanda hecha en paralelo, y metió un diez, que fue legitimado con su gancho final, mientras yo salía del aula moviéndole el tujes sobre su persona, con mucha angustia interna, que era disimulada por una plena felicidad expuesta emanando de mi ser, al haberle refregado su hijaputéz, con toda mi alma…

  Meses después, me contó la misma secretaria, que se había separado de la jermu y estaba gordo como un chancho… Pero nunca más nos volvimos a ver… Tomá mierda, me dije, juasssss, Ana C.



lunes, 21 de noviembre de 2011

A todos mis lectores



 Hola, chicos, quería comunicarles por acá, donde sólo yo puedo escribir y entrar, que como el hijo de mil putas de @danilovenado hackeó y/o clonó mi cuenta de twitter @anaopera con toda mi data, fotos, seguidores y demás, por la de: @anaopera_ Tendré que poner también corralito mental por acá, porque veo que los infradotados mentales andan sueltitos por la puta vida que los engendró. Una pena que exista gente con semejante deterioro mental, igual, todo se paga, y en esta misma vida. Espero que se haga justicia con las mierditas humanas, besos para tuttis..., Ana C.



domingo, 20 de noviembre de 2011

De operaciones...

























           Bueno, de vez en cuando a una también le toca protagonizar la muerte en bicicleta en un hospital público, ingresando a ese mundo paralelo de las operaciones, y no justamente matemáticas, si no, de las de bisturí en mano…

    Tenía un dolor tremendo en la parte posterior de mi colita, fuera del tujes, (mi padre diría, ano). Así que fui a mi gastroenterólogo, un divino total que me conocía desde la primaria y quien había andado detrás de mí en esas remotas épocas, realidad que me enteré recién, cuando él me lo comentó. Pero al intentar revisarme, tan solo rozando con sus manitas para abrirme los cachetes, mi grito quedó impregnado en sus orejitas para la posteridad, ergo, me derivó a un cirujano de esos lares del sur del cuerpo humano.
 Opté por uno del cual su padre había sino compañero de mi viejo, graso error, elegir a un doc. por el sonar de su apellido…

 La cosa fue que concurrí a su consultorio, y el tipo, sin siquiera tocarme, me dijo que me operaría tal día en el hospital público, donde mi papá laburó toda su vida. Segundo graso error, optar por un lugar conocido de nombre y con mucha anterioridad en el espacio tiempo.

   En la fecha indicada, llegué más que temprano a tal nosocomio, (7 hs.), acompañada por mi tía de 78 años, pero que igual, era una mujer vital. Mi vieja no se había sentido bien en ese entonces, así que se quedó en su casa a la espera.

   Después de varios trámites y papeletas, me internaron en una pieza bastante chota, compartida, obvio. Y a las diez de la matina, me llevaron para la carnicería de operaciones. Cuando entré al quirófano, se escuchaba de fondo, la música a todo volumen de: “Somos los piratas…”, je, así que en ese mismo instante, supe que las cosas saldrían para la mierda, propiamente dicha, y no le erré…

  Una doc. me hizo sentar en la camilla para ponerme la peridural en la columna. Mientras yo, abrazada al enfermero de turno que estaba frente a mí, cantaba para acurrucarme: Hummmmmmmmm, tipo Ohmmmmm, y a lo que el tipo, siempre pensando en una pelotudez sexual, me decía: Qué mimosa que sos… Ays diossss.

   En fin, la médica me clavó cuatro veces la inyección en la columna, sin éxito alguno, parecía tiro al blanco del dardo envenenado, el que emboca gana un viaje al Polo Norte. Estuve a punto de decirle que me dibujara círculos concéntricos en la espalda para que tuviera precisión, salvo, que me sentía para el tujes. Hasta que la mina dijo: Si en esta no sale, te pongo anestesia total, como si yo fuese la culpable de su boludez mental y laboral…
 Y parece que salió, porque se me empezó a dormir desde la cintura para abajo. Minutos después, me colgaron de las patas al techo con un gancho de carnicero, (SIC), y taparon con una tela blanca mi parte inferior.  

   Pedí que me pusieran endovenosa con hipnóticos para no sentir nada despierto de mi cuerpito en esos trágicos momentos, así que eso hicieron. Pero lo raro fue, que no había visto al médico elegido por ningún lado, y cuando logré verlo, estaba con sus guantes, lentes de operar y equipito puesto huyendo por la puerta. Todo acordaba en una sola frase, me están cagando por todas partes y no puedo hacer nada al respecto…

  Cuando me desperté, tímidamente, claro, y más que tarada por las medicinas, estaba con varios operados más en una salita paralela al quirófano.  
 Algunas señoras intentaban levantarse de sus camillas puteando, queriéndose ir, mientras yo, quietita en mi lugar, les decía: Che, no se levanten que van a vomitar…, a la vez que escuchaba sus vómitos circundantes, y a los enfermeros, sujetarlas.

  Luego, me llevaron echando puta por los pasillos hasta mi habitación. Juro que creí iban a volcar de una, ante semejante manejo de velocidad continua, y me depositaron junto a mi tía y amigas que habían ido a saludarme, a las doce del medio día.
 Lo peor fue que no sentía las piernas ni el culito, nada de nada, una sensación espantosa en la que uno cree estar paralítica.

  Al ver que mis gambas empezaban a despertarse, mientras las putas enfermeras no hacían caso en traer la chata para hacer pis, me senté en la cama para ir sola al baño, e imposible, casi me desmayo.

  Horas más tarde, me empezó a doler el enganche del suero al brazo, ya que se había tapado el conducto, así que nuevamente llamamos a las enfermeras, quienes ni pelota dieron. Ergo, empecé a calentarme y a protestar mal, hasta que las hijas de puta vinieron furiosas, me pipetearon el tubito de plástico del mismo, e hicieron una hemorragia que hasta ellas mismas se asustaron. Me decían: Quedate tranquila y no mires, yeguas de mierda, tuvieron que cambiarme el camisolín ese de psiquiátrico que te ponen y todas las sábanas, imagínense lo que fue. Hasta disculpas me pidieron…

  Pero el tiempo pasaba, y ni siquiera el médico que dijo que me iba a operar y no lo hizo, ni nadie más, vino a ver cómo estaba. Así que a las seis de la tarde, casé mi celular indignada y lo llamé al tipo, quien se disculpó pobremente porque estaba trabajando. Ahí fue cuando le dije que me había mentido, que era un delincuente, y que lo diría por todos los medios de la ciudad. El doc. quedó petrificado, pero a la vez, me patoteaba el muy turro, diciéndome: ¿Quién te lo dijo?, ja, más que obvia su cola de paja, lo mandé a cagar y corté.
 A todo esto, mi tía ya no sabía qué hacer para ayudarme, pobre.

  Ya eran las nueve de la noche, y nadie, pero nadie del hospital, había aparecido para constatar mi salud. Sí me había llamado mi gastroenterólogo, quien dijo que pasaría a la noche, pero no era el responsable de tal operación.

  Después de quejarme varias veces con el nosocomio, y siendo las once de la noche, vino un medicucho, quien dijo haber participado en la operación, entre otros, (quienes seguramente se habrían cagado bien de risa de mi postura vertical colgante en esos momentos), aunque no lo conocía ni el padre. Le pregunté, y me explicó como pudo con respuestas bastante lineales. Le comenté también que era una vergüenza el hospital y sus médicos, que mi viejo había dejado su vida allí atendiendo pacientes y que todo había cambiado para mal. El tipo se la tragó doblada, siendo conciliador, y se fue, no sin antes decirle que me iría de esa mierda a mi casa. Cosa que estaba prohibida hacer, al menos, debía quedarme hasta el día siguiente, pero para seguir estando ahí, prefería la muerte, je.

   Rato después vino mi médico, el de la primaria. No podía creer lo ocurrido, me pidió disculpas, porque él laburaba también ahí, y dijo que a primera hora de la mañana, vendría a verme y ayudaría en todo lo que pudiese.
  Pero yo, ya había decidido salir de ese loquero infernal. Así que firmé bajo mi voluntad la ida, pedí una silla de ruedas, que tenía sus gomas en llantas y un solo apoya pie para poner mis patas, (que son dos, je). O sea, que mi tía de 78 años me fue empujando, entre quejidos, por los laberintos de ese puto hospital hasta la salida de emergencia de atrás, con mis pies uno arriba del otro, la silla pinchada y mi dolor a cuestas en el orto. Y para colmos, cuando llegamos al plano inclinado de la salida final, a ella, ya sin fuerzas, se le soltó la silla de sus manos, y yo quedé en caída libre en la propia bajada, como una corredora de kartings en potencia, pero sin frenos. Gracias a Dios que un guardia de seguridad apareció de golpe, y me atajo antes de estamparme contra la puerta de vidrio, si no, me hubieran metido nuevamente dentro de ese nido de víboras, juas.

  Luego, el remise nos llevó primero a la casa de mi vieja, donde ella salió en camisón a la vereda, yo bajé como pude, y nos dimos un abrazo, al que denominé, de Yatasto, para continuar mi estadía en auto, hecha puré, sobre el asiento delantero reclinado, contándole mis cuitas al chofer.

   Lo gracioso fue, (si es que existió algo divertido), que al día siguiente, el gastroenterólogo me llamó a casa desesperado, ya que fue temprano al hospital, y al ver mi cama vacía, creyó que me había muerto, juasss, paaabreeeee.   
   
   Igual, le hice hacer otro tipo de operación, esta vez, de espionaje, para investigar al fin, quién carajos me había operado, (aunque había sido un raspaje en la zona lastimada sobre la piel, fuera del conducto anal, ergo, nada interior, y encima le cobraron a la mutual como una operación).

  El doc. me confirmó, días después, que mi legajo había sido archivado en un cajón, bien rarita fue la cosa. Publiqué una carta al lector haciéndolos mierda, sin dar nombres, por los juicios, palabras que nunca nadie respondió…

  Y encima, tuve que estar como un mes en reposo, comida sana, con pánico de ir al baño y calmantes refuertes, los que un día, me hicieron nuevamente, desmayar…

  Eso sí, me dediqué a hablar pestes del lugar, hospital al que jamás de los jamases regresaría, obviamente, en mi sano juicio…, Ana C.





jueves, 17 de noviembre de 2011

Novios II...





















         See, sigue la joda, ja. Salí con un chico casi de mi edad, (tres años mayor), vecino de casa, linda parejita hacíamos. Solíamos ir a los carritos del parque, a morfar y a fifar, obvio, juas. Ocurrió que una vez, en la cual estábamos comiendo en uno de ellos, tres de sus amigos aparcaron con su auto al lado del nuestro, y lo empezaron a gastar con la hermanita, quien estaba con su novio en otro carrito del lago, el del coito. Los amigotes le gritaban: Che, Vasco, andá a cuidar a tu hermana que te va a hacer tío, juasss.
    Hasta yo me moría de vergüenza, me imagino él. Ergo, después de pasar el mal trago del lomito y la Coca, y nos fuimos a hacerle la pasada a la hermanita, para controlar sus movimientos y que no quedara preñada de una…

  Pero Dios nos castigó, porque dopo, acudimos a un descampado para hacer la chanchada también, y en el fragor de la lucha, semi desnudos ambos, fuimos  enfocados por la luz de una linterna, proveniente de la cana. Ahhh, eso sí que fue velocidad para taparnos, qué momento de mierda. Obviamente que se la pasaron alumbrándome, debía estar roja como la luz de un telo. Nos hicieron bajar del auto, porque el boludo creo no tenía el registro o algo le faltaba. Los tipos, bien cancheritos, preguntaron algunas cosillas, pero no pasó a mayores, por suerte.
  Desde ahí, no lo hicimos por un tiempo longo, y luego, nos separamos.

     Encima, años después, nos encontramos por el barrio, y los reencuentros siempre traen a colación una cita. Salimos un jueves, todo relindo, dulce, caballero, seductor, quería que volviésemos a ser pareja y demás. Genial, le dije, que lo iba a pensar, pero días después, me enteré que ese sábado siguiente, se había casado con otra, juas. Aysss, lo que carajeé a ese cristiano, por mentiroso de prima. Me dijo que pensaba que yo le iba a decir que no, que por eso no me lo había dicho, por dios.


    Salí con otro, electricista, tres años menor que yo, (raro en mí, ya que siempre me gustaron los mayorcitos), que poseía una motito grossa y vivía en un barrio relindo. La cosa era que el tipo laburaba de mañana, y cuando yo llegaba de dar clase a la tarde, estaba tomando el café con leche y mirando tele como un pelotudo de 10 años, ayssss, ja ja, era para partirle la escoba en la cabeza. 
 Una amiga me decía sobre él: Ahí viene Marce, no puede ni abrir la puerta de tan ocupadas que tiene las manos con víveres para el hogar, por lo tacaño, ajaaaaaaaaa.
  Rico pibe, éramos amigos con toda la familia, siempre la pasábamos festejando. Esa misma amiga me decía también, que mi vieja, andaba chocha con este nuevo novio y con mi vestido de casamiento en el baúl del auto, juasss.

   Una noche, habíamos hecho una fiesta de disfraces genial, en esa casa que alquilaba con pileta. (Entre paréntesis, a él lo disfrazamos de mujer, era una trola de aquellas, juas) Mientras la estábamos pasando bomba, tirándonos al agua vestidos, chupando, riéndonos, bailando, a los vecinos de enfrente (cosa que nos enteramos después), los  estaban afanando. 
  Nos fuimos a dormir a las cuatro de la matina. A los minutos, él me mete un codazo, diciéndome: Boluda, recién te dormís y ya empezás a roncar, juas. Realidad que me hizo  quedar en órbita entresueños, a la vez que a los lejos, se escuchaban gritos y puteadas. Entonces lo volví a despertar para que escuchara. Miramos por la ventana, y había tres patrulleros, la familia en la puerta, y el chorro dentro de uno de los patrulleros puteando y golpeando los vidrios como loco. Rato después, sacaron al esposo de la dueña en silla de ruedas. El ladrón  había entrado por atrás de la casa, atado a la mujer con sus dos hijos y golpeado mal al marido. La señora logró soltarse, buscar un arma, y cagar a balazos al delincuente, pero al esposo le dio un ACV en el acto, y era un hombre joven. 
Fue tremendo, nosotros decíamos, se ve que el chorro estaba esperando que termináramos la fiestita para entrar, nos podía haber tocado a nos también. 
 De ahí en más, quedamos traumados. Yo me peleé con el muchacho a los días, y la familia, hermanos y demás, se alternaban para venir a dormir a casa por el pánico, ja.

     Luego salí con el primo de él, hermano de la esposa de un médico amigo de mi viejo, a quien conocí en su propia casa, ja. Todo iba OK, salvo que con las horas, me di cuenta que el susodicho, tenía algunos problemitas mentales. Fue cuando se despertó riéndose a carcajadas de madrugada solo, como un loquito de aquellos del staff de  la película “Psicosis”…  
  Me costó sacarlo de casa, por el tema familiar y de él en persona, pero bueno, fui bastante diplomática por primera vez en la vida, ja. Eso sí, la desinhibición de los loquitos al hacer el amor, les hace tener un sexo para alquilar balcones, juasss.

   Salí con otro, en el lapso de la pelea con una pareja fija, que se llegó a victimizar tanto para que no lo rajara, que fue peor aún. Muy buen mozo también. Hasta que un día, en el que se vio venir mi patada en el tujes, fue al baño y se lastimó las encías, para aparecer con sangre sobre sus labios. Ahhhh, primero me asusté, pero luego le dije, volá de acá, andá a vivir a la guardia del hospital, perlotudo, juas. Lo que más me dolió, fue que se quedó con una bufanda rasca que le había prestado, pero de un color verde esmeralda, que nunca más pude conseguir.


    Con otro, el obsesivo de marpla, un divinor igual que quise mucho, una vez me llamó por teléfono para decirme algo con mucha seriedad. Yo me puse toda circunspecta por tal situación, pensando, ¿Se querrá casar o darme el premio a la mujer del año? juas, pero no, me dijo: Tengo un problemita, que siempre lo hago solo, pero lo quería compartir con vos, hacerlo juntos… Yo seguía en las nubes de Úbeda, imaginando qué mierda querría. Y él siguió: Puedo ir a la tarde noche para que me ayudes a teñirme el pelo, llevo todo para hacerlo. Juassssss, fue lo primero que le respondí, más luego, agregué: ¿Y para eso tanto quilombo, pelotudo? ja ja ja. Y así lo hicimos, lo ayudé a teñirse los pocos cabellos que le quedaban, eso sí, nos morimos tanto de risa, porque parecía Cucho, el cantante de los Auténticos Decadentes, con los pelos blancos en el mientras tanto, que casi nos descompusimos de las carcajadas.
 Por dios, algunos tipos son tan particulares, que se convierten en llanos, ja ja.


  Aysss, los hombres, por eso desde hace rato estoy solita y sin ningún tipo de apuros, feliz de no compartir nada con nadie, como buena hija única egoísta, ja, disfrutando de mi casa, patio, control remoto, compu, fono y demás menesteres que me gané con el sudor de mi frente.

  Porque nunca, pero nunca jamás, acepté un peso de un caballero, faltaba más, mi libertad y dignidad, no se compran ni se venden al mejor postor de pacotilla, se mantienen erguidas de orgullo por la vida. Que conste en actas, carajos, ja ja, Ana C.