http://lapor-la-la.blogspot.com/2011/06/desempolvando-clasicos-el-asfalto-de.html
Cuando era chica, logró dejarme muy mal un capítulo de la serie de Narciso Ibáñez Menta: “El asfalto”, en donde él, (según mi visión de niña), protagonizaba a un personaje conocido y querido por el barrio. Y así, vestido de la mejor etiqueta, con su galera y bastón, (que era sombrero, en realidad), intentaba cruzar la calle de la época, mientras era saludado por los transeúntes. Aunque, lamentablemente, cuando puso sus pies, el enyesado, sobre el asfalto recién hecho, bajo el calor reinante, quedó atrapado en él.
Al principio, la gente lo miraba casi con simpatía, diciendo: Mirá vos, qué gracioso lo que le pasó al Sr. tal, quedó pegado sobre esa mancha: ¿Estará queriendo demostrarnos alto? Otros, solo transcurrían con total indiferencia...
Pero a medida que avanzaban los minutos, el asfalto se lo fue comiendo vorazmente. Tiempo más tarde, aquella sustancia, había logrado llegar hasta sus rodillas, y horas después, alcanzaba la base de su cadera.
Las personas, a su alrededor, lo observaban con asombro, saludándolo con una sonrisa casi hipócrita. Algunos más dados, le preguntaban si se sentía bien, si estaba haciendo algún tipo de competencia o experimento extraño. Hasta unos niños, le cantaron canciones alegóricas a su accidente. Él, solo atinó a decir, con la altura de siempre, que ya saldría de ese mal trance.
A mediados del día, su cuerpo estaba hundido hasta la cintura. La imposibilidad de moverse, más el aumento de la temperatura, le hacía correr un sudor frío sobre su piel, que lo paralizaba, aún más. Entonces intentó pedir ayuda a cada uno de los que por allí pasaban. Dos o tres se pararon a hablar, manifestándole que contaran con ellos para lo que necesitara. Otros, se burlaron del tullido o rieron de lo que aquel hombre había llegado a hacer para llamar la atención. Él permaneció azorado ante tanta amabilidad e indiferencia, que no lograban convertir las oraciones en hechos. Y ya cuando su espalda comenzó a cubrirse de esa melange azulada - negra, volvió, casi con desesperación, a implorarles que llamaran a alguna fuerza pública para socorrerlo. La gente asintió con su cabeza, asustada y pronta, corrió para avisar al resto de la comunidad. Pero todos estaban ocupados con sus quehaceres diarios, no les importaba o habían terminado con su horario de labor diario.
Entrando el atardecer, la policía concurrió al lugar. El Sr., ya tenía casi todo su cuerpo tomado por aquella mancha. Susurrando, con su cuello ocluido por el miedo y la profundidad de aquel abismo negro, rogó para que le dieran agua y lo sacaran de allí. Los uniformados hicieron algunas maniobras de rutina, pero como solo tenía su cabeza fuera del pozo, les fue imposible. Entonces dijeron que irían en busca de un superior, que no se preocupara, que todo saldría bien…
Con las últimas luces de la tarde, él continuó en esa eterna espera de ayuda, la que siempre había dado al resto de la humanidad, que nunca llegó.
Por la mañana, dos obreros con baldes y palas, se hicieron presentes, para tapar aquel agujero de la calzada. Al lado, la galera y el bastón, yacían inertes sobre el asfalto…
Por la mañana, dos obreros con baldes y palas, se hicieron presentes, para tapar aquel agujero de la calzada. Al lado, la galera y el bastón, yacían inertes sobre el asfalto…
No pude entender cómo la gente jamás le dio ayuda ni hizo nada al respecto. Ni como pasaban a su lado con cara de inútiles mansos, sin inmutárseles un músculo. Lloré mucho con ese capítulo, a mis 8 ó 9 años de edad.
Y en tren de confesiones, ahora me siento igual, en casi el peor momento de mi vida: estafada por inquilinos delincuentes, junto a su abogado ladrón, con una justicia que premia a los mal nacidos, lenta y sin escrúpulos, sin plata, sin trabajo y sin casi sentirme útil, al no poder hacer nada al respecto, después de haber dado mucho por quienes ni siquiera conocí, y por supuesto, con el gusto de haberlo hecho, siento, (salvo algunas amigas íntimas de ley, tres, para ser exactos), que a nadie le interesa nada del otro. Que ningún mortal es capaz de ponerse en tu piel ni por un instante, para saber lo que se siente al no tener un peso para vivir; dignidad del trabajo, ni apoyo psicológico de una palabra, para superar semejante trance tan humillante y doloroso. Me da mucha pena decirlo, pero es lo que pienso, les aseguro que no le deseo lo que estoy pasando, ni a mi peor enemigo.
Y en tren de confesiones, ahora me siento igual, en casi el peor momento de mi vida: estafada por inquilinos delincuentes, junto a su abogado ladrón, con una justicia que premia a los mal nacidos, lenta y sin escrúpulos, sin plata, sin trabajo y sin casi sentirme útil, al no poder hacer nada al respecto, después de haber dado mucho por quienes ni siquiera conocí, y por supuesto, con el gusto de haberlo hecho, siento, (salvo algunas amigas íntimas de ley, tres, para ser exactos), que a nadie le interesa nada del otro. Que ningún mortal es capaz de ponerse en tu piel ni por un instante, para saber lo que se siente al no tener un peso para vivir; dignidad del trabajo, ni apoyo psicológico de una palabra, para superar semejante trance tan humillante y doloroso. Me da mucha pena decirlo, pero es lo que pienso, les aseguro que no le deseo lo que estoy pasando, ni a mi peor enemigo.
En fin, algo debo haber hecho mal, en algún momento de mi vida, para tener que pagar tan caro el hecho de seguir viviendo de esta forma…, Ana C.