Ojito...

Ojito...

No dejen de mirar esas caritas de los niños, ahora ya adultos, por Dios...

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Segundo capítulo de mi libro...













   Anochecía. Alicia mantuvo su mirada en aquel Cristo del atrio 
que parecía santificarla, mientras rezaba dos aves marías y cuatro padres nuestros. Luego hizo la señal de la cruz, y comenzó a caminar por uno de los pasillos laterales de la iglesia. El aroma a incienso que se diluía entre las sombras le recordó ese mismo olor que de niña flotaba en los corredores del colegio de pupilas, cuando el llanto de sus compañeras auguraba el llamado de la madre superiora, y los cuerpos esclavos eran obligados a sentarse semidesnudos sobre esos almohadones del despacho, los que seguramente habían sido bordados por manos religiosas al desamparo de cualquier tipo de dioses. Hasta que la autoridad eclesiástica dejaba de acariciarlas esbozando un leve quejido, y esos ojos mojados de inocencia, junto a los pequeños pies, volvían a cruzar con ligereza el umbral de puertas y pasillos para regresar a sus camas.


  Entonces Alicia se detuvo exhalando un suspiro, mientras volvía a pronunciar sus dedos dentro del agua bendita. Fue cuando el comisario Taboada entró vestido de civil a la iglesia casi vacía, con pasos lentos y sombríos, como esos pasos que los acompañantes de las novias suelen dar, para sentarse junto al confesionario, donde aquel hombre enjuto y encorvado se aferraba a un crucifijo, simulando enumerar antiguos pecados.   
  El sujeto no se inmutó al verlo, siguió con la cabeza gacha en forma de plegaria hasta que el policía dijo:



–¿Trajiste la plata?
– Una parte; la dejé en el lugar de siempre...
- Rengo de mierda, para mañana quiero todo, volvió a decir 
el comisario, antes de que el hombre comenzara a caminar con 
sus facciones sumidas en esa lobreguez del templo, arrastrando la pesada carga de uno de sus pies sobre el piso, y que aquella silueta de mujer con un velo que la cubría entera, cruzara desde el púlpito hacia Taboada, arrodillándose al otro lado del enrejado de madera. Ella comenzó a balbucear algunas frases que oficiaron una especie de hipnosis, hasta que el comisario dijo:


–¿Está hablando sola?
- ¿Qué?
- Si habla sola, porque el cura no está...
–Hablaba para mí; ¿Me está escuchando?
–Cualquiera que estuviese en mi lugar la escucharía.
–¿Le interesa lo que digo?
–No, volvió a decir él.
–Yo diría que se muere de ganas de saber...
–A lo mejor... ¿Es de por acá?
–Del pueblo vecino.
–¿Y siempre reza sola?
–¿Por qué, me quiere acompañar?,


 Taboada abrió la puerta del confesionario con una cara
desenfadada, y corrió la cortina bordó de terciopelo que caía formando innumerables pliegues hacia el suelo, mientras tomaba la bolsa con la plata y la guardaba. Luego se incorporó dentro de ese espacio oscuro, en donde el rostro apenas perceptible de la mujer dejaba vislumbrar una sonrisa a través de las ranuras y del velo:


–La escucho..., siguió el comisario.
–¿Me va a confesar?
–¿No era lo que quería...?


  La mujer volvió a sonreír, diciendo:


–Entonces cierre los ojos...
–¿Para qué?
–Para que no me vea contar mis culpas.
–Ya está...
–Mire que no vale espiar...
–Nunca espío.


  Alicia comenzó a persignarse en voz baja. Taboada también lo 
hizo con un idéntico lenguaje de palabras y de gestos sobre aquellos puntos cardinales de su cuerpo en donde la fe parecía estar acreditada:


–¿Con cuál de sus dedos se persignó?, dijo ella.
–¿Importa?
–Sí...
–Con el pulgar...
–¿Al índice y al medio lo deja para otro tipo de rituales?
– Para los que usted quiera... ¿Me va a contar o no?
–No se apure tanto...
–Diga nomás...
–¿No cree que uno de los peores pecados es la soledad?
– Para nada...
– Sin embargo hacemos cualquier cosa para no estar solos.
–¿Por ejemplo?


 Ella soltó otro suspiro largo, mientras contorneaba su cuerpo:


–Desnudar la intimidad hacia los otros.
–No veo pecado alguno en eso...
–¿Usted podría valorar a una mujer así?
–¿Así cómo?
–Abierta a sus instintos...
–¿No es lo que estoy haciendo ahora...?
–¿Me está valorando o confesando?
–Las dos cosas...
–Cuánta profesionalidad, dijo casi ronroneando. ¿Sigue con 
los ojos cerrados?
–Por supuesto...
–Ya puede abrirlos...


 Taboada mantuvo su respiración dentro de ese inmenso tórax 
que el confesionario también albergaba, a la vez que miraba como ella se quitaba la blusa:


–¿Los abrió?
–¿Por qué, ya está pecando?
–Un poco, pero no me respondió.
–Sí, aunque apenas la veo...
–¿Y ahora?, dijo acercándose al cuadriculado de la esterilla.
–Ahora sí...
–¿Qué ve?
–Sus pechos..., murmuró mientras observaba el rosado de esa 
carne inscripta en los huecos del dibujo.
–¿Le gustan...?
–Mucho...
–No mienta...
–No, no..., dijo apoyando sus yemas sobre el enrejado como un 
pájaro atrapado en esa jaula de madera
–Me estoy sacando los zapatos... ¿Sigo...?, preguntó ella.
–Sí, por favor...
–Las medias..., no sabe lo suaves que son...
–¿Se va a quedar toda desnuda?
- Hasta que usted diga basta...
–Siga...
–El corpiño de encaje...
–¿Me lo da?
–Lo tire al piso.
–¿Tiene la bombacha puesta?
–Sí; también el velo y la pollera...
–¿Y qué se va a sacar primero?
–Lo que usted prefiera...
–El velo...
–Mejor no, porque terminaría el juego.
–Entonces la bombacha; sáquese la bombacha, siguió él.
–¿Ahora?
–Sí..., ¿Se la puedo sacar yo?
–Ya me la saqué...


   El comisario echó su cuerpo hacia una de las paredes. Por 
encima, el relieve de las tallas agobiaba la concavidad de la madera liderando la crucifixión de Cristo en distintos tonos de ocres. Luego se bajo el cierre de ese pantalón azul que solía usar, para recorrer con sus manos la aspereza de ese pene erecto, húmedo, mal oliente, colorado, que ascendía hacia la gloria del techo, con los labios apretados para no emitir ningún espasmo, mientras su corazón latía desde las sienes, y la figura de aquella mujer, se movía al compás de su muñeca. Entonces el estallido de un orgasmo lo superó en tiempo y espacio, con los párpados entornados y la boca reseca que ahora se abría en un túnel de profunda soledad. Después dejó ir ese último deseo de su aliento y se limpió los dedos. 
 Cuando salió, la mujer ya se había ido...






9 comentarios:

  1. ATRAPANTE!!!! me encanta como convertis lo obsceno en un relato sutil,sos una genia. quiero el libro ya

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  2. Ja ja, gracias, imaginate la cara de mi vieja cuando se lo leyó su amiga de 80 y pico, ajaaaaaaaaaa

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  3. JAAAAAAAAA ME LA IMAGINO ¿ESO ESCRIBIO ANITA? CON LA BOCA ABIERTA Y LOS OJOS SALIDOS PARA AFUERA JAJAJAJAAJAJ

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  4. Espectacular, otra vez. No comenté antes para no ser muy pesado. Me encanta el ritmo y los personajes semidemoníacos son como un imán para mi atención. Y Taboada... se la da a todas, jaja. Abrazo, Anita.

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  5. Qué bien pintado el momento! Qué bien escribís! Placer leerte, verdadero placer. Voy a buscar tu libro. Gracias por este aperitivo.
    Labellucci

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  6. Gracias Di Bolazzo ja ja, estaba inspirada en ese entonces juasss, beso grande, y no, nunca sos pesado, uno se alimenta también de los comentarios.
    Muchas gracias Labellucci, los trato de Ud juasss, bien fuertes ambos capítulos, ahora veo si sigo escribiendo los de antes, más cortos para matizar je, besitos y gracias, Ana C.

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  7. Ana hermosa novela , con una descripción tan perfecta que pude entrar en escena con la imaginación , hasta el punto máximo del orgasmo del hombre, Bien Anita las palabras y el diálogo me atraparon , felicitaciones ! abrazos ...

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  8. Muchas gracias, beso grandote, solo subí dos capítulos, por ahora ja ja, Ana C.

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