Ojito...

Ojito...

No dejen de mirar esas caritas de los niños, ahora ya adultos, por Dios...

domingo, 30 de octubre de 2011

Pánico en el aeropuerto…
















    Una de las veces en que D. vino a presentar mis libros a la ciudad, además de varias entrevistas en los medios, una página casi entera en el diario local con la foto de ambos y el pelotudo del periodista cuasi “monaguillo” que no dejaba de mirarme las tetas como hipnotizado, (ahora devenido en K), ocurrió de todo.

   En sí, la presentación estuvo genial, al tope de gente y amigos, mi vieja, aún viva, Víctor en pantalla gigante leyendo mis textos y saludándome, dúo lírico de ópera y un coro de niños imperdible. Amén de las desopilantes palabras de D. en diálogo también con los presentes. Más la profe de literatura del secundario y el conocido casado, disputándose las entradas del sponsor al telo…

 Luego vino el lunch, las felicitaciones, venta de ejemplares, charlas varias y una cena preciosa de a tres.
 
   Ya a la madrugada, nos fuimos a dormir, para tomar el plane temprano al otro día. Les habíamos avisado a amigos que nos llamaran dos horas antes del vuelo, porque no tengo despertador. Y así lo hicieron, gracias a todos los santos, porque uno siempre anda tarde en esos menesteres de la vida.

 Al llegar al aeropuerto, nos sentamos unos minutos para despedirnos y hablar. Cuando, dos señoras muy paquetas se acercaron y lo saludaron a D.:

-         Aysss, usted es el escritor…

-         Sí ¿Quién sos?

-         Azucena. Un gusto conocerlo, tanto tiempo leyéndolo

-         ¿Sí?, mirá vos…

-         Sí, nunca me voy a olvidar del libro: “Yo también fui un espermatozoide”

-         Ahh, ¿Vos también? respondió él con toda su ironía, ante las carcajadas de los presentes…

Minutos después, otra mujer le dice:


-         Encantada de verlo por acá ¿A qué se debe tal honor?

-         Vine a presentar el libro de Ana…

-         ¿Vos también sos escritora?

-         Así es, dije yo, esperando aterrada lo que iba a decir D.

-         Qué bueno que haya venido…,  siguió la señora mirándolo embobada

-         ¿Y vos a qué te dedicas?, le preguntó él

-         Soy abogada…

-         Tenías toda la cara de ser abogada

-         ¿Sí, por…?

-         Porque los abogados tienen esas caras raras, que uno no sabe si lo están salvando o hundiendo… Como los psicólogos, te ponen una cara divina para disimular toda la mierda que el paciente les va diciendo…

 Juasss, yo no sabía dónde meterme, mientras la señora se reía por no llorar…

   Entonces llamaron a embarcar, nos despedimos, y lo dejé ir hacia donde detectan los metales y revisan los bártulos, mientras lo observaba extasiada. Pero más atónita quedé, cuando al poner su bolso sobre el mostrador, se le cayeron los pantalones enteritos hasta las rodillas, y él, ni si quiera se dio cuenta. Juro que en ese momento creí que me desmayaba, aunque no podía, así que tomé envión como para la maratón de los 1000 metros, a la vez que la miraba a la cana señalándolo con el dedo, y ella me guiñaba un ojo avalando que pasara al otro lado de la alarma, para recogerle los lompas.
 Les aseguro que esa escena era como para pasarla en cámara lenta en la entrega de los Oscar, con la música de fondo de: “Corre, Forrest, corre…”
  En fin, cuando llegué agotada, al igual que si hubiese volado por los aires a la velocidad del sonido, se dio vuelta, y me dijo:

-         Ah, gracias…, así, como si nada hubiese ocurrido, ja

   Aysss, fue tremendo, había quedado de cama por los nervios y por semejante corrida, además de intentar taparlo todo el tiempo con mi cuerpo, porque estaba en calzones ante la inmensidad de los pasajeros, quienes obviamente, lo miraban sin entender nada. Ergo, le enganché los tiradores, que se había olvidado de prender, y dije:

-         No podías haber rematado tu ida de otra manera, entre risas cómplices…

   Y colorín colorado, el señor D., pudo partir y arribar a destino, sin ninguna otra clase más de turbulencia, que yo haya divisado….

Pero qué mañanita me banqué, por Dios…, Ana C.



6 comentarios:

  1. Ah, jajaajaja, el señor D., qué personaje! No lo culpes al periodista que te miraba las lolas, es algo que los hombres no podemos evitar! El señor D. me mata... todo le chupa un huevo. Solo imaginarlo me causa gracia. Abrazo, Anita!

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  2. Juasssssssss, es así mismito, mire, pero una cosa es mirar las tetas, algo normal en el hombre, y otra muy distinta, quedarse petrificado todo el tiempo, parecía estúpido, además de serlo, ja ja. Y sí, al Sr D. no le calienta nada, ays dios, qué momento ja ja, un besito y gracias, Ana C.

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  3. Para que Ana vea que sé escribir: Che, Anita, regalale un cinturón al que te jedi. Este Dalmiro... no tiene cura. Ni siquiera tiradores!

    @danielvicente

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  4. Juasssss, es que tb tiene, pero no usa o se olvida de cerrarlos, es más desbolado que yo, y eso, es como mucho, un besito y graciasss, Ana C.

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  5. Lindísssssima anécdota. Lo mejor el desparpajo del señor D. ese estar en sus cosas y no importarle nada el resto. Para envidiarle el estado de gracia en que se encuentra. Ahora... todas te pasan a vos??? Sos un radiador de situaciones inesperadas, graciosas. Me encanta que así sea. Otra, otra!!!
    Labellucci

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  6. Ja ja ja, y las que aún no he contado ni puedo contar juas, un besito y gracias, linda, Ana C.

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