
Yo también soy la opulencia y el desprestigio de Aniceto. Soy gallo; contorsión ensimismada de los cuerpos; poder; fracaso; la fragilidad de otra Francisca en una competencia estéril. Soy astro que convalece bajo la tutela de los hombres; primavera expectante de nuevos fuegos lapidarios; fruta madura o letargo sollozo que se pierde tras esa existencia de lejanas arboledas. Soy el pico crispado que mata por amor; los ojos aterrados de mi próxima rival; el resplandor de una sonrisa masculina o del resabio de algún espasmo pasajero que jamás regresará.
Concéntrica de miradas, esta maravillosa trascendencia de la película y de las vidas transcurre entre los límites imaginarios que un “paredón” puede ejercer y no, al igual que el pensamiento nos margina o nos hace trascender al universo; entre el aroma que bulle a la par de las acequias como un tumultuoso recuerdo que nos asemeja al cosmos y a la infancia; al logro de toda perfección, que es sólo un espejismo de las inseguridades y de los miedos que acarreamos o no, y de esos anhelos que suelen esfumarse con su concreción.
Tu excelencia ronda todos los sentidos hasta hacernos agonizar de un extremo placer. Lo mismo ocurre con los protagonistas, efectos, escenografía y música. Muchas gracias Leonardo por esta película; también por aclarar que los animales no fueron lastimados y que usaron marionetas para las peleas. Un beso grande. Ana C.
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