Yo también soy la opulencia y el desprestigio de Aniceto. Soy gallo; contorsión ensimismada de los cuerpos; poder; fracaso; la fragilidad de otra Francisca en una competencia estéril. Soy astro que convalece bajo la tutela de los hombres; primavera expectante de nuevos fuegos lapidarios; fruta madura o letargo sollozo que se pierde tras esa existencia de lejanas arboledas. Soy el pico crispado que mata por amor; los ojos aterrados de mi próxima rival; el resplandor de una sonrisa masculina o del resabio de algún espasmo pasajero que jamás regresará.
Concéntrica de miradas, esta maravillosa trascendencia de la película y de las vidas transcurre entre los límites imaginarios que un “paredón” puede ejercer y no, al igual que el pensamiento nos margina o nos hace trascender al universo; entre el aroma que bulle a la par de las acequias como un tumultuoso recuerdo que nos asemeja al cosmos y a la infancia; al logro de toda perfección, que es sólo un espejismo de las inseguridades y de los miedos que acarreamos o no, y de esos anhelos que suelen esfumarse con su concreción.
Tu excelencia ronda todos los sentidos hasta hacernos agonizar de un extremo placer. Lo mismo ocurre con los protagonistas, efectos, escenografía y música. Muchas gracias Leonardo por esta película; también por aclarar que los animales no fueron lastimados y que usaron marionetas para las peleas. Un beso grande. Ana C.
Ojito...
No dejen de mirar esas caritas de los niños, ahora ya adultos, por Dios...
viernes, 23 de septiembre de 2011
Critica de “Aniceto”
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario